jueves, 15 de agosto de 2013

LOS CHICOS DE LA CONGREGACIÓN GAMBUSIANA - Texto de Manolo García, 1986

Estaban allí. Como cada noche. Era como si esperasen el maná divino o qué sé yo. Aullantes, ululantes. ¿ Hay mucha gente? Van entrando. Se va a poner a tope. ¿ Te acuerdas de aquellos tíos tan tropantes de Zaragoza? Ahí los tienes. Y llevan una gamba gigantesca. Bien, cariño, la noche la hizo dios, nuestro señor, para desmadrarse. Por lo menos los chicos de la congregación gambusiana así lo cumpen. Es domingo y nunca lo entiendo. Son viejas reminiscencias de cuando yo era un santo currito. A las ocho al tajo. Con resaca, o sin resaca. Y al tanto, porque un día te vas a dejar un dedo. Y dedo, como padre, no hay más que uno. Es domingo, la una de la madrugada, y este personal aún tiene que chupar un grupo antes que nosotros. Rocanrol. Claro, es la fiesta y mañana nadie trabaja. Pero aún así se me hace extraño. Suenen las guitarras, atruene el mundo y sumerjanse los continentes. Esta música me levanta la piel. Y pocas cosas hay mejor que eso. Que a uno se le desprendan las escamas del alma. ¿ No había aquí un espejo? ¡ Coñodondestaelespejo! Agua. ¿ No hay agua? No, que no entre nadie, por favor. Cien, mil, cien mil veces que tocáramos y siempre igual. Como un flan. ¿ No teniamos que empezar a las una en punto? A casa. En las curvas, los margenes de la carretera son como una broma. Se mueven y a veces no están donde debieran estar. Tengo tanto sueño que me estoy durmiendo, me pican los ojos. Y la cabeza, y la espalda. Tengo hambre. Claro, como que si ceno antes del lío me pongo hecho un sapo. Está amaneciendo y también podría haber pillado algo de comida al acabar el concierto. Estoy tonto. - Fiu, fiu! Sopla el viento y abro la ventana para ver si me despejo un poco. Montes, árboles y ruidos en la radio. [...] Debe haber una cama en este mundo para mí. O tan solo una cama. Y aunque lo de anoche fue muy enjundioso, ahora estoy aquí. Nubes de polvo se arremolinaban en el escenario, y nosotros, por un rato, eramos los hombres-poseedores-de-una-fuerza-extraña. ¿ Incontrolada? Algunas veces podemos provocar el caos. La mayoría de las veces nos desarbolan a nosotros. El caos son ellos. Es un intercambio de turbulencias. Nos reclamamos mutuamente para eso. Nos las prometemos felices. Ahora siento el frío de la mañana en los huesos. Estoy destemplado. Pero todo es olrait. Tengo delante de mí muchos kilometros de carreteras interiores. Sin autopistas. Las odio. Son como cajones para transporte de viajeros. De pequeños queríamos ser unos Bitels. Y ahora son tantas las veces que hemos visto clarear el día con la cabeza caliente y el cuerpo frío... Estamos cegados por la luz. Siempre detrás de ella. Hipnotizados. Sobre el escenario, cuatro o cinco tíos medio en pelotas traginan cacharros. Parece que haya pasado un ciclón. Todo patas arriba. Todas las luces del pabellón estan encendidas y la pista es un enorme basurero. Ante mí, una constelación de latas, botellas, vasos de plastico, papeles, trapos, gente bultosa por el suelo. Por esta noche se acabó. [...] Caras, manos, destellos, gritos, sonrisas, miradas fijas y ¿ que es esto que me sube por el espinazo algunas noches cuando canto? Misterio. Rocanrol en cualquier pueblo perdido. Y estos chicos que tantas veces has oído en el chiringuito del Paco, cuando vas a tomar unas birritas, pues somos nosotros. Ya ves, normalitos, de carne y hueso. He visto bares distantes muchos kilómetros y el vértigo de los ocupantes es el mismo. La tripulación. Esta es una noche perfecta para intentar ser feliz. Nadie me ha pedido nada, pero el cielo es tan negro como un pozo y tiene estrellas que hacen guiños. [...] Y aquella chica que había a la izquierda, guapa, guapa. Con aquellos ojos. Seguro que tiene problemas. Quizás le pega su padre. O la persigue con un tenedor. Lo que más me gusta es subirme al escenario cuando llegamos. Entonces no hay nadie y eso es como tomar posición en el campo de batalla. Cuando era pequeño me compraba bolsas de pequeños soldados de plástico gris, amarillo, azul y verde caqui. Una bolsa de treinta pinguinos de aquellos costaba una peseta. Japoneses, americanos, alemanes... Yo jugaba con ellos en la cama, entre los pliegues de la ropa. Se acechaban entre colinas de sábana blanca. Con mi boca de enano de diez o doce años, yo era la banda sonora de aquellas carnicerias. A ritmo de rock-conlaboca. - Tu, tu, tu, tu, clan, clan, chunda! Y - pggg y ratatatat ! Cuando los americanos pegaban tiros en Europa, yo no estaba. Pero el rock and roll sí. O casi. ¿ Estoy dormido ya, o esto es la gloria? Veo bloques de cemento y, delante de mi, una ciudad monstruosa que me tritura los buenos deseos. Otra vez en casa. Detrás de la ventana del coche pasan las calles llenas de gente. Pasa la mañana rodeada de árboles. Aqui ya no hay lineas discontínuas, ni perros como despojos, ni cunetas barridas por el viento. Aqui lo que hay son papeles que vuelan entre el polvo de un lunes. Calles gomosas. Hacia tu casa, hacia tu cama, hacia tu gente. Calles hacia ninguna parte. Otra vez en casa. 


Manolo García. 1986 (extraído de la biografía de EUDLF, El que la sigue la Persigue, Toni Coromina, 1995)

1 comentario:

Pícaro dijo...

Precioso. Esas escrituras que todos plasmamos alguna vez, hablando de todo, hablando de nada.